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LOS TIEMPOS PERDIDOS.

El otro día los vi en un céntrico bar. Hablaban de su mayor pasión. Era uno de esos tantos encuentros que se repiten asiduamente. Comentaban los últimos avatares, las últimas noticias. Se planificaba también una nueva convivencia, o era una 'excursión' a una ciudad cercana. Era una animada charla de un grupo de amigos que se han unido por el amor a unas imágenes.

Son jóvenes, tienen ilusión, ganas por trabajar pero a la vez se sienten incomprendidos. No han logrado encontrar su hueco dentro de este mundo tan injusto y traicionero como puede llegar a ser el cofrade (aunque por ende a la sociedad en la que vivimos se le puede aplicar estos calificativos sin ningún temor a equivocación).

Los 'peros', los 'no' sin explicación o los reproches han sido lo que han recibido en su hermandad. Y todo por hacer frente a los amantes de presidencias, adoradores de llamadores, deseosos de varas y demás enamorados del figureo y de los golpes de pecho que desgraciadamente copan las cofradías y que son expertos en conjurarse a lo que buenamente se pueda para mantener su 'status'. Para entrar ya se sabe. La dicha es bien sabida y bien aplicada: o con nosotros o contra nosotros. ¿La Hermandad?. Eso queda en un segundo plano. Lo importante es hacerse ver para ellos.

Este grupo de jóvenes, por no estar de acuerdo con el sistema, se ha autoexiliado en el olvido de las cofradías. Pero desde allí sueñan con cambiarlo. Todavía queda en ellos la esperanza de que se puede lograr. Sin embargo, tienen también la sensación de que han perdido parte de su vida. Ya no volverán esos primeros años dentro de una hermandad. Cuando se empezó a gestar este grupo y comenzaron a conocer los entresijos de una hermandad. Unos años felices que se interrumpieron de forma súbita.

Aún recuerdan con alegría como comenzó la amistad. Noches enteras en su iglesia trabajando mano a mano (curiosamente con aquellos que luego les pusieron las trabas) preparando la salida procesional, o tardes organizando actividades para recaudar fondos y conseguir hacer un obsequio a la hermandad, por humilde que fuera. Horas y horas de darle brillo a la candelería, de puesta de flores, de traslados de pasos, ...

Pero ahora no se sienten cómodos en su hermandad. La gratitud que había unos años atrás se ha convertido en miradas y comentarios de desprecio. No faltan ganas de trabajar en ellos. El problema es que no les dejan. ¿Cuándo cambió todo?, cuando este grupo dejó de ser niño, cuando dejaron de ser unos simples aprendices y pasaron a plantear cuestiones algo más serias, cuando comenzaron a aportar ideas. En definitiva, cuando estos jóvenes empezaron a reivindicar su hueco dentro de una hermandad. Dejó de ser un grupo que únicamente estaba ahí para ayudar en el montaje sino que intentaba dar aire fresco. Fue ahí cuando los 'portavaras' vieron que su situación peligraba. Estos amigos llevan unos años 'matando' el gusanillo en sus encuentros hablando de ideas, de proyectos, de deseos. Sólo queda un consuelo pero que hace olvidar la pesadumbre de no poder estar en su hermandad. Queda la amistad entre ellos y muchos ya se sienten recompensados con esto. Esos años de adolescencia cofrade no los han podido terminar de vivir. Sin embargo siguen teniendo la añoranza por volver a casa. Y no cejarán en el empeño de lograr su deseo. Por mucho que a otros le pese.

Emilio M. Cañas. Año 2003.


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